Rescate Emotivo #1 - "El Encuentro"


(entrada publicada originalmente el 29/03/2012 en MTGMulligan.net)

"El Encuentro"

Un relato sobre el Magic y la vida, por Sebastián Bronico.

Tenía a mi gran amigo Matías Paolini del otro lado de un Mésenyer mientras se consumían las últimas horas de un jueves laboral, cuando recibí el correo publicitario que me tentó, valga la redundancia, a tentar la suerte. Cargué contra mi interlocutor:

Broni: 
“Kuala Lumpur”
Matías: “Sí, es un nombre gracioso, la versión oriental de Canelones o Calamuchita”
Broni: “No, amistáh. Este sábado el Máyi te lleva a Kuala Lumpur…”
Matías: “Ah, veo… Vos te referís a un PTQ con ese destino”
Broni: “Ciertamente”
Matías: “Pero no tenemos experiencia ni dinero para invertir en pos de un evento premier…”
Broni: “Es Limitado”

Citando la magistral frase de Gimli, hijo de Glóin, mi compañero selló nuestros destinos en el acto.

Era la primavera el año 2007, y se cumplirían en breve seis años desde que había dejado las cartitas de lado. Para no faltar a la verdad, debería mencionar que hubo dos únicas reincidencias aisladas en estilo paracaidista que se dieron en el ínterin, cuyos relatos no vienen al caso. Porque el caso es que, seis años después de abandonar la práctica, me vi casi obligado por una fuerza mayor (¿ininteligible? ¿inabarcable?) a retomarla. Es este un vicio señores. Tal vez menos adictivo que los psicotrópicos inyectables o las burbujas de los envoltorios de envíos, y, por mucho, menos letal que el cigarrillo o el cabeceo a colocar de guardabarros de colectivo 60 por autopista; pero vicio al fin. Y siempre se vuelve, así como los que saben vuelven al Sur.

Nos manijeamos mutuamente con Matías esos dos días previos. El viernes repasamos el set, y las críticas del mismo según varios jugadores, 
yankees y nacionales. Mientras anochecía y terminábamos con la lectura mandatoria, recordé la importancia del buen descanso para evitar que el mal sueño nos impida estar a la altura de las circunstancias. Mi compañero obró en consecuencia de la aguda observación dándose a la fuga de mi casa. Mientras cierro la puerta de calle, suena mi teléfono celular…

“¡ESTAMOS DEL ORTO, BOLÓH! VENITE YA QUE MI HERMANO SE MUDA Y HAY ALTA FIESTA!” (se entrecorta la línea, y escucho de fondo lo que parecen ser sonidos guturales de vómito expedito, o parto asistido)

La puta madre, Juan María.

En menos de media hora estaba en camino hacia el “Agite-Homenaje Despedida Piola-Zunguista” en la casa del mentado Juan María. Trataba de convencerme a mí mismo de que brindaría por cortesía para desearle éxitos en su nuevo emprendimiento al hermano y volvería a casa con tiempo suficiente como para dormir, aunque sean, seis horitas. “Seis horitas” me repetía, “un par de tragos y seis horitas de sueño”. El quilombo se escuchaba desde la tranquera de ingreso al cul de sac. No tuve que tocar la campana, ya que el portón estaba entreabierto y algunos malvivientes entraban y salían de la propiedad con vasos en la mano. Otros yacían en el suelo con los mismos vasos, pero en la cabeza. Podría jurar que alguien trataba infructuosamente de tener relaciones con una maceta volcada. Por alguna razón que desconozco, pero que presumo fue algo del orden del “instinto de auto preservación mental”, después de ver eso todavía seguía sosteniendo que todo iba a ser tranquilo y que se venían seis horitas de sueño después de brindar.

Fui recibido por el Mediano, abrazándome afectuosamente y ofreciéndome una turbina de contenido misterioso. La decliné amablemente y comencé el tortuoso avance entre la improvisada pista de baile en el pasto para hacerme de un trago. Es bien sabido que para socializar debidamente cuando hay música de fondo, el cuerpo pide tener las 
manos ocupadas con vasos, botellas, o similares. Abrazos espontáneos comoestás todobien secuenciados le dan color a un trayecto que en horario diurno no es más que mundano. Hay algunas muchachas que se ven bien, disfrutando al menearse estratégicamente cerca de las que disfrutan todavía más. Hay muchachos que intentan hacer funcionar una consola para la banda que debería haber empezado a tocar una hora antes. También hay muchachos que se ven realmente bien. Hay una barra que sirve como una suerte de asamblea de las Naciones Unidas creando lazos entre partes incongruentes, de diferencias irremediables. Se ve un Havana Club de 7 años reposando al lado de un Ron New Style. Las Heineken vacías oficiaban de preámbulo a varias botellas sin abrir de Brahma. Los Fernéses pasaban por casi todas las marcas y casi todos los precios, faltando el mítico y cuasi extinto Fernet Robot con su etiqueta del juguetito tirando chispas por la boca. Recién al tener un vaso lleno de cuba libre en mi mano izquierda y un Panter Mignon encendido en la derecha, pude sentirme formalmente presente en el estero de sonrisas que se estaba convirtiendo la noche. Había llegado.

“Esto está del carajo… ¡Del carajo!”
 exclamaba un Juan María de remera verde con mangas cortas, bermudas púrpuras, ojotas rojas, y un inexplicable gorrito coya de lana marrón con orejeras. Me daba la bienvenida invitándome un trago, ignorando un poco por la euforia y otro poco por los tres cuartos litros de whiskey que tenía encima, que yo ya estaba bebiendo. Se nos une el Mediano y mi compadre Iván, quien nos tiraría la bomba, poco tiempo después y en medio del jolgorio, de que su ex novia esperaba un hijo suyo. Estos grandes momentos entre grandes amistades, y los placeres sensibles que se reproducían a cada minuto, habían placado (quiero usar “tackleado”, pero según el diccionario esta palabra no existe y debo usar la traducción más directa y pokémonera), noqueado y enterrado bajo toneladas de tierra el mínimo de conciencia que me decía “el torneo, gil… el torneo…” No fue sino hasta dos horas después de haber bebido, fumado, comido, saludado, bailado, bebido una vez más, vuelto a saludar, discutido, polemizado y bebido por tercera vez con casi todos los niños, niñas y niñes del recinto, que el Mediano me pregunta “¿Así que vas a volver a jugar Magic?”

La puta madre, Mediano.

A esa altura de la noche yo ya era 
Frank Sinatra izando la bandera de JackDaniel´s en su casa de Malibú para que Sammy Davis Jr. supiera que había llegado y le caiga con un camión de seis ejes rebosante de juerguistas desenfrenados. Y justo en ese momento, y no en otro, el Mediano me recordó el torneo. El torneo y las responsabilidades. Mi arreglo con Matías, quien a esa hora debería estar durmiendo plácidamente, el detalle de no haber estado preinscripto, el desayuno concertado y otros menesteres. Fue un piedrazo violento a medio vuelo, del cual no podía recuperarme. La crisis uterina que Iván revelaría minutos después sería la cereza en el tope de la riquísima torta con relleno de conchituma’ que se me estaba sirviendo. Miro el reloj y veo una hora ridícula, irreal. “Eso es todo señores…” pienso para mis adentros.

Mis amigos conocen mi lenguaje corporal. No tuve que abrir la boca para que entendieran que me estaba yendo, y yo no tuve que leer entre líneas para entender sus insultos por lo que ellos entendían como comportamiento de pechofrío, ajeno a todo coraje y valor. Como el grueso de la gente estaba enfiestadísima, y un porcentaje menor estaba inconsciente o intentando aún preñar esa maceta, el abanico de personas saludables se reducía a mis amigos, Juan María, y su madre a quien acababa de divisar en la cocina fumando y charlando. Con la ligereza de una gacela hincha de San Lorenzo, a quien nadie alcanza cuando corre de local, me deslicé hacia el interior y una vez allí me di cuenta de dos cosas.

La primera era que la madre de Juan, Rosi, había invitado a un par de sus amigas y estaban tan enfiestadas (en el buen sentido, si es que existe algo similar a eso) como el resto de los concurrentes, riendo, bebiendo y fumando.
La segunda fue que en el living que da a la cocina estaba en reproducción una película pornográfica argentina de título “Cosecha de Lujuria”. Yo sabía que a Juan le gustaba poner porno de fondo en las fiestas, y sabía que su madre no tenía problema con ello. Pero creí, iluso, solo por un momento, que tratarían de mantener las apariencias cuando había invitadas mayores.
El resultado de esta incursión fue un momento peligrosamente Fellini, en el cuál yo hacía sociales con señoras mientras que en el fondo se escuchaba a una señorita pedir que se la manden, por favor y con cuidado, hasta el fondo. Mientras me despedía, reparo en que entre las botellas de vino que habían atacado las doñas, había una inmaculada botella de Martini Bianco, aún sin abrir “¿Quién de ustedes, señoritas, es la bon vivant que bebe Martini?” pregunto con sonrisa entradora.

“Yo”, responde una voz a mis espaldas.

La reputísima madre, Odín.

Me doy vuelta y la veo. Morocha y espléndida bajando por la escalera. Había acertado en 
una tómbola olímpica con su atuendo, siendo una sobria túnica lo único que la cubría apenas hasta el nacimiento de las piernas. Lucía ese porte magnífico que además de recrear la vista inmediata, prometía que lo mejor estaba por venir. Su cabello estaba recogido sin mucho cuidado, lo que la hacía ver aún mejor; y en su mano derecha llevaba una preciosa edición de “Noches Blancas” de Dostoyevsky. Tardé un poco más en reparar en su mano izquierda, que balanceaba una copa vacía. En su rostro residían todas las tentaciones, sin que faltara ninguna.


Lectora: “¿Por qué preguntás? ¿Vos tomás Martini?”
Broni: “Ahora sí”

Rápida para el lazo, Rosi efectúa las introducciones pertinentes. “Sebastián, ella es Florencia, mi sobrina. Florencia, él es Sebastián, un gran amigo de Juan. Ay, sabés que ella trata de leer arriba, pero la música no la deja… Ni cerrando las puertas. Bueno, mandale un beso enorme a tu madre, es una pena que te vayas tan temprano”.

Broni: “Yo no me voy nada”

Sonríe ella al escuchar eso, y baja la mirada acariciando el borde de la copa. Sonrío yo, tratando de que el perfil no se me desencaje y procedo cortésmente a servirle una medida de Bianco. Hace falta hielo, y lo proveo antes de que lo pida. Las obviedades se caen de maduras, por lo que no vale la pena citar las preguntas y respuestas estándares entre aquellas personas que se ven por vez primera. Sí voy a mencionar cómo es que atravieso de lo macro a lo micro, comenzando la travesía señalando el libro.

Broni: “Seré renegado, pero le tengo más aprecio a Chejov que a Dostoyevsky”
Flor: “Mentís”
Broni: “Pueder ser. Puede ser también que el único ruso que conozca sea Sofovich”
Flor: “Ja…”
Broni: “Pero del mismo modo en que yaceré solo en mi tumba, vivo, esencialmente, solo…”
Flor: “Interesante ¿Es de Sofovich?”, replica irónica, levantando sutilmente su ceja izquierda.
Broni: “De Chejov. Aunque no puedo negar que Dostoyevsky se ganó un lugarcito en mi corazón cuando dijo que cuanto más quiere a la humanidad en general, menos cariño le generaban las personas en particular

Con pinceladas varias me fui ganando un lugar entre las metas inmediatas de la muchacha, y empezamos ambos a despedir con sutileza a aquellos que se acercaban a compartir la charla. Mis amigos miraban desde el sillón y solo tuve que aprovechar un descuido de Florencia para intercambiar miradas propias de 
“dejen de gesticular, manga de gatos inoperantes” por suyas de “traidor a la causa, hijo de Kautsky, por una pibita sí te quedás”. Cuando volvió a por mí, le mencioné lo bonito de su atuendo, y respetando a rajatabla cierto credo conservador, retrucó con un “ah, no es nada, es ropa de entrecasa”. Escuchar es fundamental, pero entender es todavía más importante en ese punto donde el juego de seducción se aproxima más a un ajedrez que a un truco por los porotos. “¿Y cómo es tu atuendo de noche, muchachita?”, le digo para que ella vuelva a sonreír. Ya hay un acuerdo tácito entre pares, y la suerte está echada. “Acompañame a la habitación, te vas a sorprender”. La sigo expedito hasta el placar (de nuevo, el diccionario no reconoce “placard” y me pokémonea), el cual abre de par en par y revela una cantidad frondosa, masiva de prendas. Las de Juan estaban todas apiladas en un rincón, como prisioneras de guerra de un invasor déspota y tiránico. “Ah…” atino a decir “… era verdad. Lindas telas. Lindas, lindas telas”. Ella mira hacia atrás mío y se acerca. Mira hacia el costado y se acerca un paso más. Por un momento alcanzo a escuchar que los borrachos del parque entonan un “Señores yo dejo todo, me voy a ver a Racing…” y aunque soy hincha de Boca, sentí que ese cántico era para mí, como un jugador de primera alentado por la popular, momentos antes de clavarla en el ángulo en el último minuto de una final. Me acerco, pero ella corre la cara y se ríe. Me toma de la mano y me lleva a la cocina, sin dejar de sonreír. Buscaba su vaso de Martini, al cual le quedaba el último trago. Lo bebe y me dice “Ahora sí”. Nos besamos entre señoras ebrias, pornografía precaria y trasnochados fulberos a los gritos. Y estuvo genial. Grotesco, pero mágico. Ella me toma la mano y me pregunta…

Flor: “¿Te quedás?”
Broni: “¿A dormir?”
Flor: “Y… sí…”
Broni: “Es que… No. No puedo”
Flor: “¿Por qué?”
Broni: “¿Querés la verdad o la mentira?”
Flor: “Obviamente la verdad, querido…”
Broni: “Mañana tengo un PTQ"
Flor: “¿Un qué?”
Broni: “Un Pro Tour Qualifier. Es un torneo de cartas”
Flor: “¿Jugás póker?”
Broni: “También. Pero esto es Magic”
Flor: “¿Y qué es Magic?”
Broni: “Magic es lo más. Es un juego de estrategia que se desarrolla con mazos de cartas, donde cada naipe representa recursos y amenazas en un contexto fantástico…”
Flor: “Ah”
Broni: “Y el primer premio es un viaje a Kuala Lumpur”
Flor: “¿En serio?”
Broni: “Claro que sí”
Flor: “Interesante… Cartitas y viajes… ¿Te divertís jugando?”
Broni: “Casi más que a cualquier otra cosa”
Flor: “Mirá… Si no hubiéramos estado hablando durante dos horas, y no supiera sobre todos tus otros intereses, tal vez pensaría que sos un tipo raro por esto. De los raros raros…”
Broni: “Y eso quiere decir que…”
Flor: “Que sigo pensando que sos raro. Pero de los interesantes…”
Broni: “Fantástico. Entonces estamos en tablas ¿Verdad?”
Flor: “Estuve armándome de valor durante una hora para invitarte a que pases la noche conmigo”
Broni: “Ah, sí… Está ese detalle…”
Flor: “…”
Broni: “¿Es tarde para elegir quedarme?”
Flor: “Ciertamente”
Broni: “Caca…” (y medito unos segundos mirando el suelo antes de hablar) “… ¿Sabés lo que podemos hacer?”
Flor: “No, decime”
Broni: “Esto que te voy a dar ahora, es mi número de celular”, le digo al tomar su teléfono sin pedir permiso “pensá en eso del raro interesante, y pensá que si me gano el viaje te puedo llevar a conocer oriente… Y si no lo gano igual te puedo llevar a conocer el Tigre, que en esta época hay poco mosquito y mucha arena. Guardalo, linda. Y si te parece, escribime”
Flor: “Ja… Ok, lo guardo”
Broni: “Me retiro soslayadamente, madame” (hago una reverencia, y de paso miro sus pies sin despertar sospecha. Benedetti sostenía que los pies son fundamentales para sostener la belleza)
Flor: “Suerte mañana, extraño caballero” (devuelve la reverencia)

Y al trote ligero, despuntando el alba, me dirigía hacia mi casa preguntándome si había obrado bien. Era el regreso al Máyi competitivo, tanto tiempo postergado. Pero había dejado también a una adorable fumadora de cigarrillos light rayando la descortesía. La disputa de intereses entre mis dos demonios se prolongó bastante, hasta que por fin caí rendido.

Tres horas después, bebía un inmundo café de kiosco y me disculpaba vía mensaje con Matías, quien estaba despierto y esperando desde hacía más de una hora noticias mías. Tuve que decirle que arrancara sin mí, y que nos encontráramos directamente en el lugar del evento, al cual llegué cortando clavos y anotándome de suerte justo antes de que cerrara la inscripción.

Sentado en la mesa con el pool adelante, me bajó la adrenalina y pude enfocar el pensamiento. Mi primera reflexión fue: “Quiero morir. Ahora, en este instante. Nada puede ser peor que esto. Nada de nada…” mientras me agarraba de la mesa rogándole a alguna deidad pagana que tomara mi alma como ofrenda y me pusiera a cuidar coches o vender la milagrosa pomada boliviana en alguna esquina del séptimo círculo del infierno. Pero luego de varios minutos de negárseme el favor, resolví que lo mejor que podía hacer era intentar leer las cartas, reconocer los colores y tratar de que mi mazo tenga un mínimo de sentido.

Piloteando un Red-Green con 
ChandraVigor y Ashling, sufrí como un condenado las siete rondas del torneo. Arranqué perdiendo, más por desestabilización física mía que por habilidad del oponente. Beber café real después de la paliza me hizo reactivar, y gané con lo justo la segunda ronda. Matías me arengaba con palabras afectuosas: “Vos podés, pibe…”“No te entregues al cansancio”“Pigmeos, Sebastián. Si perdés te muerden los pigmeos”, y lisa y llanamente “No podés ser tan pelotudo” ante un incidente que contaré luego. La tercera ronda me tocó contra un para entonces completo extraño Luis Salvatto. Por tener apenas un mes y monedas de regreso en el negocio, algunas cosas propias de las jugadas básicas se me pasaban por alto. Luis me recordó algunos de mis propios triggers, y se tomó el trabajo de explicarme ciertas interacciones con sus cartas. Ante un bloqueo deficiente por mi cuenta, al no recordar que podían activarse habilidades (en ese entonces) con el daño ya asignado en el stack, Luis me dice “esto funciona así y asá ¿Bloqueás así, seguro?”. Yo le devolví el favor inmediatamente, respondiéndole “Si no me fumo las consecuencias, no aprendo más de mis errores”. Ese bloqueo deficiente me llevó a perder la partida tres turnos después. Al terminar el partido, me explicó todo lo que yo había hecho mal, remarcó todo lo que por gracia divina había hecho bien, y me ayudó a remodelar el deck para poder afinarlo al momento de sideboardear. Mejor parado mentalmente, pero cada vez peor físicamente, perdí la cuarta y la quinta ronda. Durante la cuarta pequé de inocente permitiendo que mi oponente me stalleara durante 15 (quince) minutos el segundo partido y robara un empate imposible con Vigor y Chandra en mesa. Por eso la agresión de Matías, y hoy, años después, creo que se dio por un micromachismo de reflejo al creer que como era una muchacha no me iba a trampear. Después de dos de muzza y una faina en La Continental, me senté más relajado y ya no a ganar, sino a disfrutar. Gané las últimas dos rondas, y redondeé un menos que mediocre 3-1-3 en el torneo. Para esa hora yo ya no tenía ni las mínimas fuerzas para subirme al colectivo y desmayarme hasta llegar a mi casa. Pensé en las ilusiones inocentes que había puesto en esto, y cómo me llevaba las manos llenas de nada. Matías por su parte había hecho 4-3 y se llevaba un par de boosters a su casa; y si bien me ponía muy contento por él, una mínima parte del ego me reprochaba que, habiendo sido el promotor de la gesta, terminara peor que el promovido. Me pateaba la cara aún más al pensar en la noche anterior que había sido LA Noche, y yo la había dejado de lado por este pelotazo en la ingle.

La puta madre, Sebastián.

Y en el momento preciso en que el calvario se aprontaba a cobrar su peaje, suena mi celular avisándome que un mensaje de texto aterrizaba en el buzón.

“¿Cómo te fue, lindo?”

Comentarios

  1. Esto...es increíble


    Viva la noche y el mayiii

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  2. Buenísma historía, 20 y pico años en magic y nunca te leí... te deseo más alta joda y menos 3-4 para vos

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  3. Viendo las fotos del casorio de pato, llegué a este relato. 9 AM, escupi el café. Gracias por teletransportarme guach! Abrazo cósmico.

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    1. ¿Está linkeado de alguna manera a los álbumes o algoritmo falopa de redes sociales? Nomelaconte'

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    2. Algoritmo falopístico indeed. Puse Bronico en face y apareció nomás. Quedé manija de más relatos, asique quedo atento a la magia. Abrazo grande seba!

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  4. Contá cuando narigueteaste lavanda! Atte. Niñita

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  5. Respuestas
    1. La quiero en mi equipo para enfrentar el apocalipsis zombie. Y a vos también.

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  6. Que locura Broni! Me encantó volver a leerte y tremendo dibujo!!! Gracias :D

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  7. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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